Estoy
conmovido. Hay que cosas que nos acostumbramos a ver como de lejos. Hay cosas a
las que, más por un nacionalismo ingenuo que por razones científicas, siempre
imaginamos como propias de otras sociedades pero nunca de gente como nosotros.
Esos actos de horror que vemos ejecutar a paramilitares en Colombia, de alguna
forma, siempre nos fueron ajenos, difusos, distantes. Recuerdo cuando en
aquella Caracas casi virginal se produjo el primer atraco al Banco Miranda en
la UCV. La “Pesada” se llamaba la banda de atracadores colombianos que rompió
nuestra virginidad. Nos parecía estar viendo una película. Esas cosas no
pasaban en Venezuela. La verdad fue que el veneno se inoculó en nuestra
sociedad y hoy convivimos con atracos a diario como si del Ávila se tratara.
Igual pasó con los actos de sicariato y secuestro. Poco a poco los resortes
naturales ante lo desconocido han ido cediendo hasta hacerse tan familiares
como la brisa. Confieso que aún conservaba la esperanza de que esas cosas, con
desenlace de crueldad infinita, no pudieran ser ejecutadas por venezolanos.
¡Nosotros no somos así! ¡Já!. Los hechos bochornosos de Apure –ocho personas
atadas y quemadas, hombres, mujeres y niños- son un mazazo a la conciencia.
Todo indica que quienes ejecutaron tal bestialidad fueron venezolanos. ¿Cómo
podremos construir una sociedad socialista de amor y solidaridad con semejante
mala hierba creciendo en medio de nosotros?
Todo esto tiene un nombre: CORRUPCIÓN MORAL. La corrupción que ha calado hasta
el tuétano de los huesos tanto en el sector privado como el público. ¡Algo
espantoso que representa el mayor enemigo interno de la democracia
revolucionaria, su gobierno y sus instituciones. Significa la progresiva
desintegración de una sociedad. Un proceso lento pero inexorable que lo corroe
todo. Una depravación de las costumbres por la cual el individuo desprecia
todos los valores sociales y patrios para sustituirlos por sus “valores”
personales en función de sus ambiciones. La mala plaga de unos individuos que
pierden por completo la noción del deber para auspiciar la cultura del más
fuerte apoyado en las ventajas que le proporciona el delito. Algo que vale en
estos momentos para todos esos semilleros de corrupción en que se ha convertido
el dinero fácil proveniente del narcotráfico o las corruptelas en el gobierno.
Un desafío formidable para toda la sociedad comenzando por el gobierno. Al no
haber profilaxis moral, el individuo, perdido el dominio de su voluntad ética
se entrega en los brazos del capricho y los instintos más salvajes. Extraviados
totalmente los escrúpulos morales los derechos ajenos están allí para ser
violados. Devienen así en agentes activos de destrucción social. Ninguna otra
escuela gradúa más y mejores discípulos que la escuela de corrupción del
sistema capitalista. Con todos los medios a su alcance y servicio, el sistema
capitalista corrompe cada día a todos, comenzando por los niños: ser feliz es
tener éxito; tener éxito es tener dinero; llegar al dinero es lo más
importante; ¿como se llega?... es lo de menos. Ese es el mensaje diario que
llega los hogares a través de esa ventana de las miserias que es la Televisión.
La solución a este gravísimo problema exige dos tipos de acciones: Inmediata y
de largo aliento. En lo inmediato: ¡castigo!, ¡castigo ejemplar y expedito! El
que delinque y quienes lo observan tienen que concluir que el crimen no paga.
La impunidad es el mejor estimulante para el delito. Gonzalo Barrios, aquel
icono adeco que consultaban los domingos en su casa de las Mercedes, decía con
razón que “en Venezuela no hay razones para no robar” ¡Estaba claro el
caballero, por eso aquel pacto hizo implosión! Recuerdo a un personaje
(Santaella) involucrado en el robo de un dinero con motivo de la compra del
avión presidencial de Carlos Andrés Pérez, siendo recibido como un héroe a las
puertas de la cárcel Modelo, nada menos que por lo más exquisito de la sociedad
venezolana, al punto que uno podía confundir la imagen con cualquiera de las
páginas de sociales del Nacional: Las mismas caras, la misma displicencia
orgullosa y hasta la misma complacencia. ¡Un acto social, pues! ¡Todo un cuadro
de la degradación moral de aquel momento!
A largo plazo el problema moral requiere métodos morales para su abordamiento.
Un proceso más lento pero único. La principal forma de combatir la corrupción
moral es educando a los niños. Es allí donde ciertas conductas deben recibir
rechazo y otras deben ser estimuladas. El acto inmoral debe producir miedo en
quien lo ejecuta. El acto solidario debe recibir refuerzo. La valoración del
SER por encima del TENER tiene que ser el centro de toda la acción educativa.
No hablamos de DERECHOS HUMANOS, sino de DEBERES CON LA SOCIEDAD. Los actos
egoístas, la corrupción moral, aún en los más pequeños gestos tienen que ser
proscritos. Hay que transformar todo el sistema educativo de la sociedad. Todos
los medios tienen que estar al servicio de los valores sociales más elevados.
Todas las energías y posibilidades tienen que orientarse a este fin. Tanto el
sistema educativo formal como el informal. Aquí entran esos verdaderos jinetes
del Apocalipsis que son los medios de comunicación masivos. La industria de la
publicidad no puede seguir vendiendo al precio moral que sea. Hay que ponerle
coto a esto… o la sociedad venezolana y su revolución tan querida tienen frente
a sí un futuro muy incierto.
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