23 may. 2010

Construir otra Cultura. Por TatuyTVC e Integración Universitaria

A raíz de una conversación que teníamos con un vecino en la parada de bus, según la cual “el mundo está hecho así”… “los pobres necesitan a los ricos y los ricos a los pobres” se nos vino a la mente aquella afirmación de que lo único que hace mover la historia es el afán de poder, y que en cualquier situación estamos, en tanto que sociedad, condenados a repetir ese esquema. Para completar pensadores como Saramago, que parece que creen que eso es definitivo, terminan afirmando: “No nos merecemos mucho respeto como especie”

Claro, si es cierto que en la esencia del ser humano está sembrada la relación amo-siervo ¿para qué seguir luchando?

Pero, cuidado, detrás de este razonamiento anida un error que si no corregimos ahora conduce al sujeto humano o a la entronización del individualismo o, lo que puede ser peor, a la resignación más estúpida.

Cuando hablamos del sujeto humano, lo pensamos en las distintas sociedades clasistas basadas en la diferenciación entre poderosos y oprimidos que hasta ahora han existido. Es relativamente más fácil entender la lógica de una sociedad antigua –la egipcia, los fenicios, los mayas– porque nos resulta familiar poder imaginar qué sentiría un amo o un esclavo (aunque la reflexión la hagamos ahora y no seamos, en sentido estricto, ni faraones ni esclavos. Sin embargo, creemos entender de que se trata el asunto).

Pero cuando pensamos o nos enfrentamos a una de las llamadas “sociedades primitivas” de alguno de esos pequeños grupos que sorprendentemente han logrado sobrevivir a la destrucción del capital –pensemos en nuestros amazónicos yanomamis por ejemplo– el hecho se nos hace incompresible por lo inexplicable. ¿Cómo entender desde nuestra cosmovisión de la cultura del capital una sociedad de puros iguales, homogénea, donde nadie manda a nadie? Nuestra “cosmovisión”, es forzosamente esa visión de jerarquías, patriarcal, vertical. De ahí que nos cueste tanto imaginarnos y mucho más aún establecer relaciones de horizontalidad, de absoluta paridad.

Fíjense que aunque en nuestra experiencia revolucionaria se intente llamar a los dirigentes con el prefijo de "camarada", en la realidad cotidiana el "camarada ministro" o el "camarada diputado" (y demás etcéteras) sigue aún gozando de privilegios que los "camaradas comunes" de ninguna manera tienen. Pero, ¿Significa eso que esa situación no puede cambiar?

El problema se hace más evidente cuando intentamos revisar los supuestos que hemos venido desarrollando en nuestro proceso. Si consideramos el proceder de muchos de los cuadros revolucionarios, o incluso la conducta de los ciudadanos, los compas que siguen el proceso pero que quizás ni siquiera militan, se abren interrogantes: ¿se podrá prescindir de esta cultura del "mirar desde arriba" a otro? A veces aparece esta horizontalidad, este espíritu de solidaridad y de desprendimiento, pero en muchísimos casos, más allá de la declaración de principios y del uso de consignas que nos ubican en “la izquierda”, se siguen manteniendo privilegios irritantes, actitudes despóticas, el convencimiento que hay algunos con derecho a "mirar desde arriba" a otros.

Quizás parte de la respuesta a estos problemas la podemos comenzar a obtener desde la visión del Che Guevara, en su trabajo El socialismo y el hombre en Cuba: “Se corre el riesgo de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera) se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento se equivoco la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo”.

Ahí nace el título de este trabajo, que apenas es el comienzo de una serie donde esperamos, en tanto que colectivo, ir desarrollando elementos para la discusión. Partimos de creer, como el Ché, que el hombre y la mujer nuevos no van a ser decretados y menos van a ser consecuencia de simples cambios de relaciones de producción. Creemos que “el sueño se hace a mano y sin permiso”

Y ¿que habrá que hacer para esto? Sin duda el trabajo es enorme. Es transformar una cultura que lleva un peso ancestral sobre sus espaldas con una importancia definitoria, y que con las nuevas tecnologías que generó el capitalismo (léase: necesidades virtuales, guerra psicológico-mediática, guerra de cuarta generación, y tantas otras cada una más sutil que la siguiente) se impuso por todo el globo, y en muchos casos, haciéndose atractiva.

El “Plan Simón Bolívar” con gran acierto, nos señala que el comienzo del camino puede o debe estar en comenzar a construir la nueva cultura revisando sus cimientos ético y morales. Entonces la tarea titánica es construir, desde la praxis una nueva ética. Pero fíjense, no una ética, simplemente, diferente. No, ¡una ética nueva! Es decir una tal que deseche definitivamente la vieja ética formal e hipócrita de la sociedad de clases.

En ese marco propusimos la Gran Campaña. Como un gran cambio ético en la conducta y en la praxis del sujeto revolucionario. Por ello dos cosas: Primero la Gran Campaña apenas comienza y segundo: La Gran campaña es apenas un escalón en la construcción de una nueva ética.

Como ya decían: “No podemos optar entre vencer o morir. Necesario es vencer” Nos atrevemos a decir: Solo si estamos definitivamente determinados a vencer tendremos derecho ético al título de revolucionarios, de lo contrario seremos solo “trabajo de zapa”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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