1
Llevo
militando en medios subversivos más
tiempo del razonable. Pedí mi inscripción en el Partido Comunista el mismo día
que lo ilegalizó Acción Democrática. Mi miopía y la habilidad para dibujar
afiches me salvaron de ser enviado a la guerrilla. Me reclutaron para una célula de propaganda de la cual sólo
confesaré que si caía, se acababan las
artes plásticas venezolanas. En la primera reunión, ya se planteaba sacar con
riesgo de la vida una hojita clandestina para repetir un discurso de Rómulo
Betancourt. Mozo ingenuo, argumenté:
“Señores, la publicidad de la Colacola no dice: ‘No beba Sevenseven’, dice:
¡Beba Colacola!” Varias horas defendí que la propaganda revolucionaria debe
versar sobre la Revolución, y no sobre la reacción. Al cabo, el Comité Regional
Clandestino dictaminó: “Bueno ¿cuándo sacamos la hojita para repetir el
discurso de Betancourt?”.
2
Con
tal estrategia, no debe extrañar que los ñángaras termináramos hechos añicos.
En una de esas astillas me destinaron a otro aparato de propaganda. Propuse que
promoviéramos las ventajas del socialismo. “No, porque pueden decir que somos socialistas”, me contestaron.
Allí fue mi paciencia la que se fragmentó. Desde entonces prefiero equivocarme
por mi cuenta.
3
Comprenderá
el lector la complicidad que me concitaron los artículos de Iván Padilla Bravo
y de Carola Chávez en los cuales verifican que
muchos medios revolucionarios se desgastan en repetir una y mil veces a
los opositores. Que éstos tienen derecho a expresar sus puntos de vista, no se
discute. Que para ello cuentan con
abrumadora mayoría de un centenar de periódicos, otro centenar de
televisoras, millar y medio de emisoras,
es evidente. Lo que nadie entiende es por qué el bolivarianismo dedica sus escasos cuatro periódicos, seis
televisoras y su docena de emisoras a reciclar las ocurrencias reaccionarias.
4
En
efecto, no puede proferir un opositor
insultos, sandeces, banalidades, tergiversaciones, chismes o infundios, sin que estemos
obligados a enterarnos por el sistema de
medios públicos que los repite semanas enteras hasta fijarlos indeleblemente en las audiencias. Al triunfar
el bolivarianismo, exulté pensando que ya no me enteraría más de los dislates
de infinidad de cadáveres políticos. Pues no: hasta la cripta van a
desenterrarlos nuestros reporteros, para amplificar sus estertores y
ofrecérnoslos como plato fuerte comunicacional. Así me he enterado de que están
vivas o por lo menos mal embalsamadas momias que creí que hacía décadas gozaban
del descanso eterno. Nuestros programas parecen secuelas de La Invasión de los
Muertos Vivientes: cadáveres insepultos balbucean cosas ininteligibles tratando
de devorar el cerebro de sus víctimas, sin que a nadie se les ocurra
extinguirles la luz perpetua.
5
¿Por
qué la obsesión de los medios de servicio público de impartir ficticia
actualidad a figurones cuya fecha de vencimiento caducó hace décadas? ¿Si la
misma derecha los descarta tras cada derrota electoral, por qué los mantenemos
vigentes en terapia intensiva comunicacional? ¿Esgrimen una sola idea o
propuesta relevante? ¿Interesan a alguien, salvo a la mínima audiencia
reaccionaria que convocan con falsos anuncios de catástrofes o de reparto del
país?
6
A
tal fondo, tal forma. Así como la derecha estelariza nuestros medios, nos
contagia sus modus operandi comunicacionales ¿Por qué reinciden las emisoras
socialistas en los peores delitos de la mediocracia capitalista? ¿Es socialista
la delicitiva interrupción del programa cada pocos minutos, la hamponil
interferencia de logos e imágenes de propaganda por inserción, la malandra
injerencia de cintillos, letreros, lucecitas y rótulos que obligan a fugarnos
hacia otro canal? Dejad que los
opositores entierren a sus opositores: tenemos ideas, argumentos y
personalidades de sobra para fijar nuestra propia agenda comunicacional.
(FOTO/TEXTO:
Luis Britto)
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