El futuro del mundo se decide
en Beijing. Es cierto que las elecciones estadounidenses han tenido gran
importancia internacional. Pero es probable que los historiadores del siglo
XXII estudiarán con mayor detalle las intrincadas decisiones del XVIII Congreso
Nacional del Partido Comunista de China (PCCh) que la reelección de Obama. Si
este congreso acierta en su estrategia, China logrará alcanzar su meta
declarada: situarse en la posición hegemónica global en 2049, cuando la
República Popular cumpla cien años. Si el plan falla, los historiadores tendrán
que estudiar el eclipse de una potencia emergente que tenía todo a su favor
para triunfar.
La economía china ha
sobrepasado este año a la Unión Europea y en 2016 superará a EE.UU. y se convertirá
en la primera del mundo. Ello no significa que China logre automáticamente la
hegemonía política, militar y cultural. Ello le exigirá todavía recorrer una
larga marcha. Pero si se cumplen las proyecciones de la OCDE, China llegará a
2030 representando el 28% del total de la economía global. Por otro lado, ha
entrado en una fase de envejecimiento de su población, por lo cual India e
Indonesia superarán su tasa de natalidad en menos de diez años. Los niveles de
conflictividad social han aumentado de forma alarmante, reflejando los niveles
de desigualdad social y desprotección laboral de amplios sectores de su
población. Y finalmente, la ola de escándalos de corrupción que afecta a sus
dirigentes partidarios parece empezar a calar en una opinión pública más
crítica e informada, por lo que la “buena gobernanza” se ha convertido en un
asunto de supervivencia política para el PCCh.
¿Este ascenso chino puede
considerarse un presagio de mayor igualdad y respeto mutuo entre los pueblos, o
será un factor de conflicto y desigualdad?(1). Difícil respuesta. Para los
latinoamericanos, China es hoy nuestro principal socio comercial y responsable
de nuestro rumbo económico, para bien y para mal. Su demanda voraz de recursos
naturales nos ha librado de los peores efectos de la crisis financiera, pero a
la vez nos ha zambullido en un modelo neo-extractivista altamente adictivo, en
el que hay pocos estímulos para incrementar el valor agregado a nuestros
productos.
SOCIALISMO
CHINO
Entender China supone traspasar
grandes murallas culturales y políticas. Una pista está en el tema del XVIII
Congreso: “Enarbolar el gran estandarte del socialismo con características
chinas, seguir la guía de la Teoría de Deng Xiaoping, el importante pensamiento
de la Triple Representatividad, la Concepción Científica del Desarrollo,
emancipar la mente, llevar a cabo la política de reforma y apertura, unir
nuestra fortaleza, superar todas las dificultades, avanzar firmemente por el
camino del socialismo con características chinas, y luchar para consumar la
construcción de una sociedad modestamente acomodada en una forma generalizada”.
Un lema kilométrico en el que ninguna palabra sobra ni falta, que sintetiza los
últimos treinta años de historia de China, propone un diagnóstico del presente y
señala un plan de futuro.
Analicémoslo con calma: El
“socialismo con características chinas”, bajo la “guía de la Teoría de Deng
Xiaoping” es el primer concepto. El Congreso parte desde el giro que siguió a
la muerte de Mao Tse-Tung, al que relega como una figura mítica, a un nivel
pre-político. La historia, a efectos del actual PCCh, comienza con la
reorientación pro-mercado impulsada por Deng Xiaoping desde 1979, que es
descrita por los estatutos del PCCh de esta manera: “Nuestro país permanece y
seguirá permaneciendo durante largo tiempo en la etapa primaria del socialismo.
Se trata de una etapa histórica ineludible, que habrá de prolongarse por cien
años, para la modernización socialista de China, atrasada aún en los terrenos
económico y cultural”. Por lo tanto: “En la presente etapa, la contradicción
principal en nuestra sociedad es la que existe entre la creciente demanda
material y cultural del pueblo y la producción atrasada de esta comunidad
social”.
A fines de los años 60, en
plena “revolución cultural”, el filósofo del PC francés Roger Garaudy criticó a
Mao por haber orientado a China hacia una peligrosa primacía de lo político (la
lucha por el socialismo) por sobre lo económico (la acumulación y el
desarrollo)(2) lo que llevaría a un “voluntarismo revolucionario”. Una década
más tarde, la llamada “Teoría de Deng Xiaoping” vino a invertir la ecuación en
180 grados: “La línea fundamental del Partido Comunista de China en la etapa
primaria del socialismo es la siguiente: dirigir y unir al pueblo de las
diversas etnias del país para que asuma la construcción económica como tarea
central”(3). Por lo tanto, el horizonte específicamente socialista se subordinó
completamente a los objetivos desarrollistas en el ámbito productivo: “Debido a
factores internos del país y a la influencia internacional, la lucha de clases
va a subsistir por largo tiempo en determinados ámbitos, siendo posible que se
agudice en ciertas condiciones, pero ya ha dejado de ser la contradicción
principal”(4). Por lo tanto, la lucha por la igualdad y la democratización
social es relegada a los libros de historia.
EMPRESARIOS
“COMUNISTAS”
La segunda categoría que
propone el Congreso es “el importante pensamiento de la Triple
Representatividad”. Se trata del programa de Jiang Zemin, quién presidió China
entre 1993 y 2003. Hace referencia al proceso por el cual el PCCh permitió el
ingreso de empresarios y profesionales al partido. Pero no sólo les entregó un
carnet, sino que el PCCh asumió que “debe siempre representar las inquietudes del
desarrollo de las fuerzas productivas avanzadas de China, representar la
orientación del desarrollo de la cultura avanzada de China, y representar los
intereses fundamentales de la mayor parte de la población de China”(5).
Entendiendo por “fuerzas productivas avanzadas” y “cultura avanzada” a los
sectores económicamente emergentes. De acuerdo a cifras oficiales, en China hay
960 mil multimillonarios y 60 mil billonarios, sin contar a los de Hong Kong y
Macao. Estas son las “fuerzas avanzadas”.
La tercera categoría es “la
Concepción Científica del Desarrollo”. Se trata de la doctrina que guió a Hu
Jintao, quién gobernó en la última década. Parte del reconocimiento de la
tensión entre el desarrollo económico y sus enormes impactos sociales y
ambientales. China es el segundo emisor de dióxido de carbono en el mundo y
posee 16 de las 20 ciudades más contaminadas del planeta. La construcción de
cientos de megarrepresas acabó con ríos importantes y se han comenzado a sentir
los efectos del cambio climático en la forma de sequías recurrentes e
inundaciones. Arraigado en la herencia de Confucio, Hu Jintao apeló a la
construcción de una “sociedad armoniosa” basada en “cinco equilibrios”: entre
lo urbano y lo rural, entre las diferentes regiones geográficas, entre lo
económico y lo social, entre la gente y la naturaleza y entre el desarrollo
doméstico y una apertura más allá de las fronteras. El balance de este objetivo
es ambiguo. Es cierto que el factor ambiental, ausente en toda planificación
hace diez años, hoy es considerado y cuantificado. Las universidades chinas son
punteras en investigación sobre nuevas tecnologías, amigables con la ecología y
el medioambiente. Pero es evidente que el desarrollismo a ultranza sigue siendo
prioritario, lo que no sólo amenaza a China, sino que por su rol como “taller
del mundo” pone en riesgo a todo el planeta.
CONSUMO INTERNO Y CORRUPCIÓN
“Emancipar la mente” es una
frase textual de Deng Xiaoping de 1982, que se interpreta como asumir todas las
innovaciones sociales, científicas y tecnologías extranjeras desde una matriz
china. Esto tiene relación con los conflictos por patentes y otros productos
protegidos por derechos de propiedad intelectual. ¿Hasta qué punto llegará
China en incorporar los estándares de la OMC, o priorizará la estrategia
“pirata” que le ha reportado éxito en el pasado? Respecto a “unir nuestra
fortaleza”, se refiere a los conflictos étnicos (Tíbet, Turkestán Oriental), la
vinculación con las llamadas “regiones administrativas especiales” (Hong Kong y
Macao), la relación con Taiwán en el marco del consenso de 1992 (una nación,
dos Estados) y los choques fronterizos con Japón y Estados Unidos por el
control del Mar Amarillo. En todos estos puntos de fricción China debe
compatibilizar sus intereses nacionales con su vital inserción internacional.
Pero el punto crucial del
Congreso es el último: “La construcción de una sociedad modestamente acomodada
en una forma generalizada”. Esta categoría adquiere centralidad y es probable
que de allí surja el “pensamiento Xi Jinping”, quien será el nuevo líder del
PCCh. Se trata de un giro en materia económica, desde una orientación total al
mercado exterior, hacia el mercado interno. Sin ese giro, las desigualdades
sociales llevarán a una previsible fractura social entre las ricas ciudades
emergentes y las zonas rurales, sumidas en la pobreza. Pero dentro de las
mismas ciudades, China deberá construir un sistema de protección social y
asistencia médica. Hasta el momento esas funciones las cumplen los sindicatos
oficiales, que sólo cubren a unos cien millones de trabajadores dentro de una
población de 1.300 millones. Esta carencia ha llevado a los chinos a una alta
tasa de ahorro privado, que controla un sector financiero enteramente en manos
públicas, pero que funciona bajo criterios de competencia interna y precios de
mercado. Occidente espera que China liberalice su sector financiero, lo que
significaría una fiesta inimaginable para Wall Street. Y hasta antes de la
crisis financiera todo parecía indicar que China se arrojaría a las aguas
revueltas de la liberalización. Luego de 2008 esto cambió, y lo que se observa
es que Beijing quiere fortalecer e internacionalizar sus propios bancos, como
es el caso del ICBC que ya ha abierto más de 200 sucursales en el exterior.
¿Cuán modesto será el “Estado de bienestar” con “características chinas”? ¿Y
cuán generalizado? ¿Significará esta meta un retorno de “lo político”, abriendo
la discusión sobre la democracia y el socialismo? Y lo más importante, ¿logrará
el PCCh sobrevivir a la voracidad cleptómana de sus líderes? Son preguntas que
sólo al finalizar el Congreso podremos empezar a responder.
ALVARO
RAMIS
Notas
(1) Arrighi, Giovanni, Adam
Smith en Pekín, Madrid, Akal, 2007.
(2) Garaudy, Roger, La
questione cinese, Tindalo, Roma, 1968.
(3) Estatutos PCCh.
(4) Estatutos PCCh.
(5) Estatutos PCCh.
Publicado en “Punto Final”,
edición Nº 771, 23 de noviembre, 2012
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