La única vez
que lo vi fue hace seis años, en Caracas. Llegaba con unos amigos, a esperar junto
a la prensa acreditada, el anuncio oficial de los resultados de las elecciones
presidenciales del 2006, en Venezuela.
Cuando entró
en la sala habilitada en el teatro Teresa Carreño, su grandeza impuso respeto y
todos dejamos lo inminente, para acudir a su encuentro. Recuerdo que solo tuve
que decirle que era cubana, para que en un segundo su rostro se iluminara y la
vida pasara por su mente como una rápida secuencia fotográfica.
Hablamos de
sus años en el Ejército sandinista del que fue fundador y hasta hoy era su
único sobreviviente, de la lucha contra Somoza, de la victoria de 1979, de las
elecciones que derrocaron al sandinismo, en abril de 1990 y que él consideró
una gran lección moral.
Ya para
diciembre de 2006, momento de nuestro encuentro, Daniel Ortega había ganado
otra vez las elecciones en su país y el Comandante Tomás Borge estaba feliz,
seguro de que los errores del pasado no se repetirían.
Nuestra
charla duró más de media hora, mientras esperábamos el resultado de la victoria
de Chávez, hombre por quien me confesó sentía una profunda admiración. No podía
faltar Fidel en el diálogo y las preguntas de una periodista ávida de descubrir
algún nuevo detalle de aquel libro que leí, más de una vez.
Supe
entonces porque me lo dijo esa noche, que el líder venezolano confesó que en la
cárcel, después de la rebelión que encabezó en 1992, entre sus pertenencias,
estaba Un grano de maíz, como su libro de cabecera. Chávez le había
confesado al nicaragüense que cuando él empezó a admirar a Fidel Castro, lo hizo
por su libro.
La noticia
de la victoria del presidente bolivariano nos sacó de la charla que agradecí
profundamente, a esa hora él aplaudía como un venezolano más, yo partía a
Miraflores bajo un torrencial aguacero, a redescubrir el amor de un pueblo por
su líder.
Un grano de
maíz está entre mis favoritos y lo conservo
autografiado por él, es una lectura de esas que no puedes pasar por alto y que
a la luz de 20 años, nos sigue definiendo un rumbo. En aquellos años de
incertidumbre para muchos, Borges sentenciaba con sus letras: “Hasta los amigos
de la Revolución Cubana, que son más de los que cree, expresan algunas dudas
sobre los resultados del juicio final; aunque dentro de ellos abundan los que
mantenemos arraigada la convicción de que saldrá victoriosa en la descomunal
contienda.”
Hoy que la
noticia de su muerte me sorprende, tras varios días luchando por la vida, no
puedo dejar de evocar su ejemplo, ese que nos hizo admirarlo como guerrillero,
diputado, poeta, escritor y embajador de su nación.
Nunca
escribí sobre este encuentro, lo saben quienes me acompañaron esa noche, sin
embargo hoy mi profesión me incita a dejar constancia escrita, más no visual,
pues el aguacero de esa noche caraqueña acabó con mi cámara fotográfica y casi
pone en riesgo la de televisión.
Mientras leo
la noticia en la web y la veo en TeleSUR, vienen a mi mente los acordes de un
tema del cantor venezolano Alí Primera: “los que mueren por la vida no pueden
llamarse muertos”, por eso el eterno Comandante de la Revolución Sandinista
vivirá donde toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.
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