El peligro no está solo en los
yanquis, en los escuálidos, o en el cáncer. El peligro está en los BDA
Advertencias
Si usted No logra llegar al
final de este trabuco es porque usted es un BDA y está muy ocupado firmando.
Si usted es un escuálido
confeso sepa que no tiene derecho ninguno a reproducir ni integral ni
parcialmente estas líneas, de hecho ni siquiera le doy derecho a recordarlas.
Foucault,
Weber, el poder y la burocracia
Decía Foucault que el poder es
omnipresente y multiforme. El poder no tiene una sola fuente, está en todas
partes, en todas y cada una de las relaciones que establecemos. El discurso es
un vehículo de poder, el lenguaje articulado, pero también la gestual. La
jerarquía es fuente y base de poder como también lo es el territorio. Pero no
el territorio nacional, sino el espacio, la forma en que nos apoderamos de él,
cómo lo usamos.
La pareja, la paternidad y la
maternidad, la docencia, la relación médico – paciente, la que se establece
entre el guardia – y el privado de libertad, son todas y apenas algunas de las
relaciones de poder más evidentes. La forma en la que nos relacionamos con
nuestros hijos o con nuestros padres; con nuestra pareja; con nuestros alumnos
o con nuestros maestros; con nuestros colegas o con nuestros jefes; es
expresión y vehículo del poder que reside en esa relación. El hogar, el aula y
la oficina son espacios de poder.
A estas alturas el lector se
estará preguntando de qué diablos va la cosa y qué tiene que ver Foucault con
la burocracia, si más bien ese es un asunto de predilección de Weber. Pues la
cosa va más o menos así: el fenómeno burocrático y las relaciones sobre las
cuáles se erige, son en definitiva un asunto de poder; pero no sólo del poder
macro, del poder del Estado, que también, sino del poder que emana de las
relaciones concretas que se tejen entre los seres humanos, y en este caso entre
los funcionarios, desde los funcionarios y a veces también hacia los funcionarios;
a veces desde su autoridad moral, pero la más de las veces desde su jerarquías
nominales, desde los memorandas que inundan los archivos y destruyen los
bosques, y desde el tamaño y lugar que ocupa el escritorio.
Lo que quiero decir entonces,
es que entre Weber y Foucault pareciera haber un espacio de confluencia
analítica que permitiría observar la burocracia desde el ejercicio concreto del
poder, o del micro poder.
De seguro en un plano positivo,
ideal, en el que estas relaciones estarían definidas por la primacía de la
solidaridad, del compromiso, de la probidad, de la honestidad, el ejercicio
concreto del poder sería un ejercicio sano y positivo. Y en ese punto preciso
se nos agotaría el análisis posible que aquí proponemos.
Pero el hecho es que, las más
de las veces, el fenómeno burocrático, en sus dimensiones macro y micro, se nos
presenta con un marcado acento negativo, en el que las relaciones no están ni
siquiera guiadas por la solidaridad, el compromiso, la probidad, la honestidad,
mucho menos por el sano ejercicio del poder en positivo, del poder que moviliza
y construye; sino más bien están ancladas en un ejercicio primario del poder
que se resuelve en la dominación pura y simple. Ni hablar de cuán lejos está
esta práctica del Proyecto revolucionario.
Para seguir aclarando porque
recurro a Foucault diré que un elemento fundamental de su reflexión sobre el
poder tiene que ver con que la sociedad no puede ser efectivamente transformada
si no se modifican los mecanismos capilares y cotidianos del poder. Y la
burocracia, a la vez que es aparato de Estado, es una estructura gigantesca
constituida por millones de estructuras capilares y cotidianas de poder.
Estructuras capilares que no por pequeñas tienen poco impacto. Al contrario,
las estructuras capilares del poder que residen en la burocracia tienen un
potencial gigantesco de reproducción del sistema porque en ellas se recrean
formas de dominación, cuyo origen es extrínseco, como la dominación asociada al
género, a la estética, y a la jerarquía de cualquier naturaleza; formas de
dominación que tienden a minar las pretensiones de Revolución, de Igualdad, de
Justicia Social, etc..
En resumidas cuentas, a lo que
quiero llegar es que mientras la burocracia siga siendo lo que es, y en ella se
cobijen toda suerte de relaciones malsanas de dominación -perdonen la
redundancia, muy difícilmente la Revolución pueda seguir avanzando y
consolidándose.
Semblanza
de un burócrata contrarrevolucionario
Esas estructuras capilares de
poder que pueblan el aparato burocrático adquieren forma y contenido por la
acción de los hombres y mujeres que las pueblan. Es decir, las estructuras
capilares de la burocracia no tienen existencia objetiva -eso sería un
contrasentido. En realidad, son la concreción subjetiva del poder, encarnadas
en mujeres y hombres con nombre y apellido.
La pregunta obligada ahora, es
que cómo se expresan esas relaciones de dominación que determinan las
estructuras capilares del poder en el ámbito de la burocracia, qué es lo que
caracteriza a esos hombres y mujeres, devenidos en burócratas, que frena, e
incluso imposibilita, la transformación del Estado burgués y el avance de la
Revolución.
Por un lado su percepción de la
autoridad como un instrumento de dominación, y por el otro lado, la alienación.
El burócrata sabe, o al menos
intuye, que la objetivación de su relación con el Estado lo convierte en un
"administrador" de recursos, financieros, humanos, espaciales,
temporales, sustantivos, etc.. Sabe o intuye que la autoridad nominal que se le
delega lo convierte en un ejecutor del poder del Estado. Sabe o intuye que su
condición de burócrata supone una estrecha relación con el poder de la
información (en casos excepcionales con el conocimiento). Pero confunde ese
poder, que en principio podría servir para crear, construir, movilizar,
impulsar, con su capacidad de dominar. Es decir no se siente un elegido por la
confianza delegada y la responsabilidad que se le asigna. No se siente elegido
para construir. No. Se siente un elegido para dominar al otro.
Luego, el burócrata es un
alienado en varios sentidos: no tiene consciencia de aquello que define su
existencia: su condición de trabajador, de asalariado, de hombre o de mujer, de
padre o de madre, de hijo o hija, mucho menos de su eventual condición de revolucionario,
por lo que en nombre de la Revolución masacra los derechos de los trabajadores.
Así las cosas me parece que una
buena categoría alternativa a la del burócrata contrarrevolucionario es la del
Burócrata Dominador Alienado (BDA), pues ella designa a aquel burócrata
escuálido estructural -inconsciente pues de su práctica escuálida. Creo que
esto resume bien su estirpe y evita la confusión con el
burócrata-contrarrevolucionario-escuálido-militante que se ha infiltrado en el
aparato del Estado con la vocación consciente de sabotear la Revolución.
El BDA es entonces, aquel que
ejerce la autoridad no desde su estatura moral -que probablemente no tenga,
sino desde el cargo que le dieron. El cargo que ostenta -porque lo ostenta, no
lo ejerce, lo hace sentirse patrón y olvida que de él se espera, como operador
político, liderazgo. Entonces obviamente se enfrasca en el ejercicio del poder
que limita, constriñe y domina; y relega, cuando no descarta completamente, el
poder que moviliza, que potencia, que construye. Ese poder que Lenin y que
Gramsci encontraban en la ideología revolucionaria.
Cuando además de ostentar el
cargo se cree líder, sin serlo, descubre una súbita vocación histriónica y
cuando se ve en el espejo se siente elegido, casi se siente puro y descubre que
puede imitar los ademanes del Comandante. En ese punto imita un liderazgo que
le queda muy grande, lo vacía de contenido, y llega a pensar que sus
colaboradores son sus súbditos, que deben ser dóciles pero útiles.
Ignora los roles que desempeñan
sus súbditos, quise decir, sus colaboradores: hombre, mujer, padre, madre,
hijo, hija -por aludir solamente los roles más corrientes y más inmediatamente
importantes de los seres humanos, y entonces socarronamente los hace
"trabajar" 18 horas al día, los somete a guardias de fin de semana
todas las semanas, aunque sea para no hacer nada, sin importarle si tienen
familia o no, o si simplemente necesitan un poco de descanso. El BDA nunca leyó
el Principito por lo que no entiende la diferencia entre una orden justa y un
absurdo que solo demuestra su sed de poder, de allí que las
guardias-de-no-hacer-nada le resulten tan importantes a su ego. Y todo eso en
nombre del compromiso, porque el que no cumpla es escuálido.
Tan escuálido como aquel que se
le ocurra preguntar por la continuidad de su contrato, por el aumento de su
salario, por el pago de las 40 horas extras semanales, por el beneficio de la
guardería, por el tiempo de estudio o de ocio, o por las siempre insuficientes
dos horas de permiso diarias para la lactancia que le otorga la ley a las
madres. Porque la defensa de los derechos de los trabajadores en la más pura
tradición obrerista ha resultado ser síntoma de escualidismo.
Y he aquí otro de los rasgos de
la psicología del BDA: su autopercepción es en realidad una sobrevaloración
infundada de sus cualidades -si llegara a tenerlas o que cree que tiene. Él se
mira en el espejo y ve al más comprometido de todos, al más militante de todos,
al chavista más puro y al más inteligente -después del Comandante, claro.
Él no necesita tiempo de
calidad con sus hijos, sus hijos son un daño colateral; no pasa tiempo con sus
padres enfermos porque él no es médico, y no amamanta porque BDA que se respete
no siente ternura por un recién nacido, lo mira como la mano de obra barata que
habrá de explotar el sistema capitalista si él no cumple con su trascendental
tarea revolucionaria de joder a otro.
Así la enfermedad del hijo, es
la excusa del súbdito flojo, o expresión de la miopía de aquel que no entiende
la trascendencia de la Revolución. La enfermedad del padre ya es ceguera; y el
tiempo de ocio sin duda es escualidismo avanzado.
De suerte que en esta
Revolución que se ha planteado resituar a la humanidad en el centro de todo y
al amor como el sentimiento motor, los lazos que naturalmente los seres humanos
tejemos con amor, son síntoma de inconsistencia revolucionaria, o sea, de la
enfermedad del salto de talanquera, o sea, de escualidismo.
Así, por ejemplo, el BDA, sobre
todo si es hombre, prefiere no trabajar con mujeres o madres. Evita contratar
mujeres en edad de parir, y si por error o destino le toca una preñada no
pelará una ocasión para hacerle saber cuán incómoda resulta su preñez en la
consecución de la Revolución (que él, ya lo sabemos, no práctica).
El BDA, en su falsa consciencia
cree que es posible hacer la Revolución a pesar de los trabajadores, de las
mujeres, de los hombres, de las madres y de los padres, y obviamente a pesar de
los hijos, porque en su alienación perdió la capacidad de identificar al hombre
y a la mujer nuevos en la generación de relevo, es decir, en los hijos, que
antes de ser de la patria nos toca formarlos a nosotros, sus padres.
Los medios que emplea el BDA
son, como el poder, multiformes, pero sin duda tiene predilección por los memos.
De alguna manera, ellos son la concreción de su masculinidad, incluso cuando el
BDA es una mujer. Pero ojo, esta masculinidad refiere a la masculinización del
poder en las sociedades patriarcales, para más señas machistas, aquellas en las
que la dominación es una transposición directa de la posición del misionero.
Pero volvamos a los memos. Los
memos son el arma más poderosa de un BDA. Son un arma efectiva para la
dominación porque son el instrumento administrativo por excelencia que permite
a la vez deshumanizar la relación de trabajo y naturalizarla, o mejor,
cosificarla, incluso reificarla. Con ellos se convocan reuniones, y se evade el
debate; se dan instrucciones, y se evita la discusión; se instrumentaliza la
acción política, y se anula el sentido revolucionario.
Desencántense (y que viva
Sartre) el memo no es un instrumento para garantizar la memoria institucional o
la transparencia de la administración.
Si el BDA viene llegando al
cargo, evitará expresamente leer cualquier documento de la administración
anterior -si es que le dejaron alguno, porque en su autoveneración llega
convencido de que lo hará mejor que el anterior, es más, llega convencido de
que al anterior lo sacaron por escuálido. De hecho, partirá del principio de
que todos los empleados que quedan en el equipo de trabajo no sólo son
escuálidos sino que además son parte de un complot internacional para destruir
su liderazgo, que ya dijimos no tiene. Y en esa lógica se rodea de amigos,
amigotes y amiguetes, con o sin lazo consanguíneo, que no importa lo burro que
sean, si están dispuestos a constituir a su alrededor la sociedad del mutuo
halago.
Si el BDA en cambio va de
salida, entenderá su salida como la concreción del complot yanqui contra su
gesta revolucionaria, y cual adeco, destruirá todo cuanto papel haya generado,
borrará los archivos de su computadora y como gesto de continuidad dejará un
lápiz en la gaveta de ese escritorio que le garantizó por algún tiempo su
supremacía por sobre una cuerda de bolsas, incluyendo los aduladores que lo
rodeaban, y que quedarán desempleados tan pronto como llegue el próximo BDA.
Si el BDA cree estar en la
cresta de la ola, los memos no le son suficientes. Una de las cosas que debe
hacer cuando está en el apogeo de su dominación, es concentrar absolutamente
todos los poderes. Nada de encargarse de liderar procesos, orientarlos, darle
sentido y contenido político. No. El BDA, debe concentrar todos los poderes al
mejor estilo del Príncipe, debe encargarse de las vacaciones, de las primas de
profesionalización, de los permisos, de las actas, de la repartición de la
correspondencia -por aquello del secreto de Estado, de los correos
electrónicos, debe estar en todos los actos -cosa de que lo vean, no debe
reunirse jamás con alguien de menor rango que el suyo y bajo ningún concepto
debe compartir méritos con nadie, o sea, BDA que se respete no reconoce el
trabajo de los demás... parafraseando a Ludovico, el BDA se apropia del trabajo
de los demás, pero no a través del salario, sino de la plusvalía ideológica.
Claro que en su alienación ya
no sabe que es el salario, mucho menos lo que es la plusvalía, y ni remotamente
lo que es el trabajo intelectual. Porque además no lo practica.
El BDA cree saber de todo, dice
saber de todo y opina de todo, pero pocas veces sabe de algo y si se le increpa
sobre algún tema de su (in)competencia se siente atacado y reacciona con
vehemencia contra su interlocutor, lo acusa de insubordinación o desacato a la
autoridad si tiene el chance, y sin falta, lo descalifica tratándolo de escuálido,
ante lo cual no hay prácticamente ninguna defensa posible, si no es enfrascarse
en dimes y diretes sobre quién es más chavista y quien menos escuálido.
El BDA suele ser además muy
ágil (ágil, no inteligente) para evitar el debate político fundamental, no se
caza ninguna pelea de altura. Básicamente es un cobarde. Lo de él es siempre
subterráneo. No pelea por sus principios -no los tiene, ni por los de la
Revolución. El pensamiento del Che que reza "Sean capaces siempre de
sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en
cualquier parte del mundo" le resulta ajeno. A lo más se dará golpes de
pecho por la tragedia Libia y el bloqueo contra Cuba, pero seguirá siendo
indolente frente a la injusticia que ocurre en sus narices.
En el fondo -y también en la
superficie, el BDA es desleal y cobarde -ya lo hemos dicho, porque aún cuando
logre resentir la injusticia, no tiene los cojones para pelear contra ella.
El BDA es un hombre y una
mujer, de memos y de quince y último.
Mea culpa
Dice la tradición judeo
cristiana que el que esté libre de pecados que lance la primera piedra. Yo no
estoy libre de pecados y por eso me doy golpes de pecho.
Yo he sido una BDA.
He creído que antes y después
de mi solo podían haber Ramos Allupses o Radonskis.
Me he creído revolucionaria,
militante e inteligente.
Me he creído pura.
Me he masculinizado.
He creído que hay que
sacrificarlo todo por la Revolución.
He maltratado gente.
He despreciado la importancia
de un salario justo y una relación laboral estable y favorable.
He repartido memorandas a
diestra y siniestra y he querido concentrarlo todo.
Lo que me hace apenas distinta
es que al menos me he dado cuenta, y estoy en el tránsito de superar mis
propias miserias y mezquindades, mientras ustedes están en el tránsito hacia la
Mesa de la Ultraderecha.
Por eso le agradezco a quienes
pretenden asfixiarme, amedentrarme, amilanarme, que lo sigan intentando porque
han de convertirse en la fuente más poderosa para elevar mi moral
revolucionaria.
Yo quiero ser distinta de ti, y
de ustedes.
Yo quiero que mis colegas me
recuerden por haber sido solidaria aunque sea una vez, por haber entendido sus
alegrías y sus tristezas, por haber reconocido sus aportes y haberles dado
mérito.
Quiero verme a mi misma como
quien lucha en la medida de sus posibilidades pero con honestidad, con probidad
y con un compromiso a prueba de cargos.
Quiero verme en el espejo sin
sentir vergüenza.
Quiero verme como una mujer
revolucionaria que habiendo entendida en la sonrisa de mis hijos que la
Revolución empieza por casa, los ayudó a crecer en el amor, el respeto y la
solidaridad, procurando que sean el hombre nuevo, y que no se conviertan en los
escuálidos de mañana.
Antecrítica
No faltará quien creyéndose
letrado de izquierda, saque a colación que Foucault era homosexual y murió de
sida. A él o ella, gracias por darme un elemento más de caracterización del
BDA: el BDA generalmente es homófobo.
Con suerte alguien aludirá que
Weber criticó el materialismo histórico... a él o ella le digo que no está
demás trascender los manuales y leer un tantito más. Refúteme que las
afinidades electivas no son consciencia de clase y que el tratado sobre la
dominación desmiente el rol de las fuerzas materiales.
Sobrarán los que noten que
evité meter en esto al Comandante Chávez, a ellos: Patria Socialista... y Muerte a los BDA!
No faltará quien diga que me
mueve el resentimiento. Y si, porque si algo merecemos todos es ser tratados con
dignidad.
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