17 dic. 2011

Empezar a Vivir.

Para Cesária Evora por toda la felicidad que me ha dado.


La Escuela, “la familia” y la religión, sistema de control esencial de El Capital, nos han formado de tal manera que aprendimos a confundir normas con valores. Nos han enseñado, por ejemplo que hay que huir del dolor o por lo menos esconderlo, no importa cual sea su causa. Nos han enseñado que es de mal gusto quejarse y por ello nos molesta tanto aquel que se queja. De hecho parece que el “valor” esencial de “nuestra” sociedad es la culpa. Por ello nos sorprende tanto cuando alguien asume la responsabilidad de sus actos (¿recuerdan aquel ¡Por ahora!?) pues lo normal es que todo el mundo, solo intente  justificar sus culpas. Pienso ahora en una comunidad aborigen con la que conviví un corto tiempo, ellos realizan un rito muy especial: ¡Se reunían para quejarse en colectivo! Y esto tenía dos razones. La primera era porque ellos piensan que una persona que oculta algo a su comunidad no es digna de ella. La segunda es porque creen que cuando uno quiere a una persona debe compartir y soportar sus quejas. Pero claro, el esconder la responsabilidad individual de mis acciones me libera y me exime de cualquier responsabilidad social.

Hay otro “valor” que han creado en nosotros. Tiene que ver con que asumamos de manera automática nuestra condición de mercancía. “Amigo el ratón del queso”, “Cuentas claras conservan amistades” “Lo barato sale caro” “Negocio es negocio” “Lo que no cuesta nada no vale nada” “Con la familia no se hace negocios” y etc. Es decir somos mercancías y únicamente si actuamos como tal tendremos algún “valor”. Las “tonterías” relacionadas con el espíritu dado que no reditúan, no valen (y notemos que así mismo piensan algunos “socialistas” –científicos o empíricos, da lo mismo–)  Todo se centra en producir, en producción y productividad. Es decir en colocar mercancías en el Mercado y garantizar un ciclo corto de retorno del Capital.

Por ello a veces “cuesta” tanto amar y cuesta tan poco herir.

Pero pensemos en algunas de las cosas que no cuestan nada: Ya nombramos el amor, pero… y la risa, la alegría, un momento de silencio compartido, una fresca brisa, en medio del frío un rayo caliente de sol, una mano en el hombro, una cierta sonrisa, música, comida, sexo de dos, un poema, una narración, el placer de actuar como se piensa, los pequeños logros compartidos… Cuánto “cuesta” todo eso, y cuánto “vale”

Cuesta, más, saber que no cumplimos con la tarea asumida, cuesta la mediocridad y la codicia, la envidia y la calumnia, el hacer daño a otro sin asumirlo, no saber decir “gracias” o “lo siento” o “te quiero” con un gesto, una sonrisa, una mirada. Cuesta  lo vulgar y lo obsceno, la insensibilidad y las ofensas gratuitas, la falta de responsabilidad y la infidelidad a la palabra dada, la falta de lealtad y el egoísmo, la estúpida vanidad y la impaciencia innecesaria. Cuesta más actuar sin coherencia, pues así garantizamos que nadie sepa nunca para donde vamos ni donde estaremos. Cuesta más pisar una flor que cultivar un jardín, beber un mal vino que beber agua fresca. “Cuesta” más ser mercancía que ser persona.

Afortunadamente, mi vida ha estado, siempre,  llena de todas cosas sin “valor”, esas cosas profundamente positivas y trascendentes como, las caricias, la compañía y la soledad, los saberes compartidos, las enseñanzas -aún las duras- dadas y recibidas, los bellos lugares en donde crecí o los que luego conocí más allá. Los maestros que he tenido (los buenos y los malos, pues de todos he aprendido mucho) y también mis estudiantes (en todas sus formas) que han sido mis mejores maestros, y los afectos recibidos y compartidos, las comidas y bebidas, la ropa limpia y sencilla, el agua al bañarse, el sol, la lluvia, las tareas y el descanso, el sueño y las vigilias… la familia. Y bueno, también (especialmente) los nietos que, según un amigo “es la maravillosa compensación que la vida nos da por haber aguantado a los hijos”.

Y por sobre todo eso: la amistad, que es donde todas las formas de amar se hacen verdaderas. También, luego, la posibilidad de ser persona, de ser felices, aun cuando parezca que no existan razones para ello, y la necesidad de, no tanto hacer lo que queremos, sino más bien querer lo que hacemos.

Una enseñanza oriental dice que uno tiene la edad del tiempo que aun falta. Y por ello es hermoso, un día, descubrir que somos infinitos, como el tiempo que falta. Descubrir que estamos más allá de las ideologías y las conveniencias y los acuerdos negociados (esos con lo que mienten al hablar de consenso). Es hermoso descubrir que la única patria es la vida, y que la única  esperanza es una mano que haga aposento entre las nuestras.

La vida, no es una norma y menos un “valor”. Que hermoso es descubrir ahora, que sin importar lo que diga el convencionalismo de un signo o de otro, por fin, podemos empezar a vivir. Gracias a la vida por ello.

Edgar.     
Mérida, Diciembre 2011

2 comentarios:

Ana dijo...

Gracias viejo, por tu existencia y por tus palabras, no te imaginas cuanto me llenan, gracias por ser el maestro que nos acompaña en el día a día, te quiero mucho.

Karen Dayana dijo...

Un abrazo, cuando te conocí te considere un maestro y hoy día lo confirmo, a pesar de todo se que hay mucho que decir y mucho más por hacer, gracias a la vida, las lágrimas, las risas y todo aquello que sería demasiado largo contártelo..