3 oct. 2011

La Covacha Roja. “El deber de los Revolucionarios” Por: Guillermo Altamar


“En la construcción socialista
planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.
El comunismo será entre otras cosas,
una aspirina del tamaño del sol”. Roque Dalton


La sociedad es el resultado de la interrelación de los seres humanos bajo códigos, éticas y nociones generales sobre lo que debe de ser aprobado o no.  Conjunto de individuos fragmentados, egoístas e individualistas por costumbre, consenso simple, condicionados por la gran máquina devoradora de humanos que excreta el capital. Soñar, contemplar las nubes o la salida del sol al amanecer es una gran pérdida de tiempo, no es productivo, no genera estatus ni riqueza. Vivimos entonces en medio de una gran fábrica de soledades, donde las relaciones afectivas están mediadas por la lógica de la oferta y la demanda, todo lo determina el mercado.

Ante este desierto real de lo que significa la sociedad, los revolucionarios auténticos son la disidencia, lo distinto, logran reconocer las grandes contradicciones de clases en el seno de la sociedad, decodifican sus símbolos, el lenguaje, la imagen, contrastándolos con las relaciones de dominación hegemónica del capital. Pero esto no los hace escapar de una realidad también tan desértica como la que hemos señalado anteriormente, pues, los revolucionarios en la sociedad burguesa son tan incomprendidos como Galileo Galilei, Gramci o el mismo Che. La soledad, el destierro, la persecución, la exclusión, la satanización, hasta la muerte, son solo algunas de las consecuencias vividas y palpadas por los revolucionarios, porque no son hombres ni mujeres de su época vuelan alto, y ese vuelo los condena a veces a sentir la tristeza y la soledad como cotidianos rasguños y heridas profundas, una depresión etílica, psicotrópica hasta suicida. Se siente que el esfuerzo no conduce a nada. En nuestro siglo, en nuestra Venezuela Bolivariana, este fenómeno se expresa con total naturalidad, paradójicamente en tiempos transformación, los revolucionarios son vistos como raza alienígena por un lado, pero a su vez requieren de la plusvalía política que produce la militancia. La ideología revolucionaria sigue siendo marginal y periférica, no determina aun el destino y la razón en los sentidos comunes de la gente, he allí otro motivo desolador y triste. La pequeña burguesía, el burocratismo y el reformismo, enquistados en el poder político, se encargan de extirpar toda energía liberadora del esfuerzo revolucionario militante, buscando el cansancio, que colguemos los guantes, jugando a nuestra derrota.

Ante esto es necesario planificar el acto de lucha, politizarlo y asumir que la toma de conciencia revolucionaria no viene desde las constelaciones galácticas o por razones divinas y espontaneas, allí se ubica un motivo que fortifica el optimismo de la voluntad militante, pues el deber de los revolucionarios se centra en educar, agitar, organizar y movilizar al pueblo para la toma del poder, como medio para transformar la realidad criminal a la que está sometida la sociedad. Un revolucionario jamás debe estar solo, debe acumular fuerza social, conspirar, entender el momento justo y el método correcto que sirva para voltear la tortilla, actuar como corriente, como infiltrados, como soldados leales pero insumisos, militando desde las distintas trincheras. Los revolucionarios de este siglo debemos tomar la mano de nuestros caídos, construir una gran armadura y seguir luchando, y hacer del acto revolucionario una fragua de amor y esperanza.

En síntesis, no hay duda que a pesar de todo lo que sufrimos, todavía el deber de los revolucionarios sigue siendo el de hacer la revolución.  ¡NO HAY PUEBLO VENCIDO! 

guillermoaltamar@gmail.com                  

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