“En la construcción socialista
planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.
El comunismo será entre otras cosas,
una aspirina del tamaño del sol”. Roque Dalton
La
sociedad es el resultado de la interrelación de los seres humanos bajo códigos,
éticas y nociones generales sobre lo que debe de ser aprobado o no. Conjunto de individuos fragmentados, egoístas
e individualistas por costumbre, consenso simple, condicionados por la gran
máquina devoradora de humanos que excreta el capital. Soñar, contemplar las
nubes o la salida del sol al amanecer es una gran pérdida de tiempo, no es
productivo, no genera estatus ni riqueza. Vivimos entonces en medio de una gran
fábrica de soledades, donde las relaciones afectivas están mediadas por la
lógica de la oferta y la demanda, todo lo determina el mercado.
Ante
este desierto real de lo que significa la sociedad, los revolucionarios
auténticos son la disidencia, lo distinto, logran reconocer las grandes
contradicciones de clases en el seno de la sociedad, decodifican sus símbolos,
el lenguaje, la imagen, contrastándolos con las relaciones de dominación
hegemónica del capital. Pero esto no los hace escapar de una realidad también
tan desértica como la que hemos señalado anteriormente, pues, los
revolucionarios en la sociedad burguesa son tan incomprendidos como Galileo
Galilei, Gramci o el mismo Che. La soledad, el destierro, la persecución, la
exclusión, la satanización, hasta la muerte, son solo algunas de las
consecuencias vividas y palpadas por los revolucionarios, porque no son hombres
ni mujeres de su época vuelan alto, y ese vuelo los condena a veces a sentir la
tristeza y la soledad como cotidianos rasguños y heridas profundas, una
depresión etílica, psicotrópica hasta suicida. Se siente que el esfuerzo no
conduce a nada. En nuestro siglo, en nuestra Venezuela Bolivariana, este
fenómeno se expresa con total naturalidad, paradójicamente en tiempos
transformación, los revolucionarios son vistos como raza alienígena por un
lado, pero a su vez requieren de la plusvalía política que produce la
militancia. La ideología revolucionaria sigue siendo marginal y periférica, no
determina aun el destino y la razón en los sentidos comunes de la gente, he
allí otro motivo desolador y triste. La pequeña burguesía, el burocratismo y el
reformismo, enquistados en el poder político, se encargan de extirpar toda
energía liberadora del esfuerzo revolucionario militante, buscando el
cansancio, que colguemos los guantes, jugando a nuestra derrota.
Ante
esto es necesario planificar el acto de lucha, politizarlo y asumir que la toma
de conciencia revolucionaria no viene desde las constelaciones galácticas o por
razones divinas y espontaneas, allí se ubica un motivo que fortifica el
optimismo de la voluntad militante, pues el deber de los revolucionarios se
centra en educar, agitar, organizar y movilizar al pueblo para la toma del
poder, como medio para transformar la realidad criminal a la que está sometida
la sociedad. Un revolucionario jamás debe estar solo, debe acumular fuerza
social, conspirar, entender el momento justo y el método correcto que sirva
para voltear la tortilla, actuar como corriente, como infiltrados, como
soldados leales pero insumisos, militando desde las distintas trincheras. Los
revolucionarios de este siglo debemos tomar la mano de nuestros caídos,
construir una gran armadura y seguir luchando, y hacer del acto revolucionario
una fragua de amor y esperanza.
En
síntesis, no hay duda que a pesar de todo lo que sufrimos, todavía el deber de
los revolucionarios sigue siendo el de hacer la revolución. ¡NO
HAY PUEBLO VENCIDO!
guillermoaltamar@gmail.com
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