El debate sobre los medios de difusión ha llevado incluso a cuestionar los aspectos deontológicos que han sostenido el entramado mediático en el orbe.
¿Qué pasa en una sociedad cuando las interpretaciones políticas son condicionadas principalmente por la lógica de los medios de difusión? ¿Qué ocurre cuando los referentes de lo que es bueno, malo, interesante, aburrido, peligroso, sano, moral o corrupto provienen del consenso establecido entre la comunidad de intereses económicos que se constituyen en oligopolios o monopolios mediáticos? ¿Qué implicaciones tiene para la ciudadanía que el sentido de participación electoral o racionalización de los programas de gobierno de los candidatos o candidatas provengan principalmente de cuantiosas campañas propagandísticas y no por la determinación concienzuda del electorado de escoger al candidato por lo que es y no por lo que aparenta ser?
Las respuestas parecen claras ante la realidad, no obstante, los efectos son tan obvios que en algunos escenarios no los vemos. La tergiversación o transfiguración del Cogito cartesiano: “pienso, luego existo”, con el auge de las nuevas tecnologías y su capacidad de movilización, se ha desplazado a la siguiente afirmación: “medio, luego existo”. Todavía está lejos aquella apreciación de poder desarrollar y consolidar una población votante libre o no sugestionada por lo que se dice a través de los medios de difusión y sus formadores de opinión pública. Sartori lo advirtió definiendo a este tipo de ciudadano “mediopensante” como homovidens; es decir, como aquel sujeto cimentado en los cánones discursivos de los medios audiovisuales; circunscrito a sus parámetros de “racionalidad”, a la pugna entre la presentación o representación social, a la confrontación entre lo verosímil o lo virtual.
Mariano Ali
marianoali73@gmail.com
¿Qué pasa en una sociedad cuando las interpretaciones políticas son condicionadas principalmente por la lógica de los medios de difusión? ¿Qué ocurre cuando los referentes de lo que es bueno, malo, interesante, aburrido, peligroso, sano, moral o corrupto provienen del consenso establecido entre la comunidad de intereses económicos que se constituyen en oligopolios o monopolios mediáticos? ¿Qué implicaciones tiene para la ciudadanía que el sentido de participación electoral o racionalización de los programas de gobierno de los candidatos o candidatas provengan principalmente de cuantiosas campañas propagandísticas y no por la determinación concienzuda del electorado de escoger al candidato por lo que es y no por lo que aparenta ser?
Las respuestas parecen claras ante la realidad, no obstante, los efectos son tan obvios que en algunos escenarios no los vemos. La tergiversación o transfiguración del Cogito cartesiano: “pienso, luego existo”, con el auge de las nuevas tecnologías y su capacidad de movilización, se ha desplazado a la siguiente afirmación: “medio, luego existo”. Todavía está lejos aquella apreciación de poder desarrollar y consolidar una población votante libre o no sugestionada por lo que se dice a través de los medios de difusión y sus formadores de opinión pública. Sartori lo advirtió definiendo a este tipo de ciudadano “mediopensante” como homovidens; es decir, como aquel sujeto cimentado en los cánones discursivos de los medios audiovisuales; circunscrito a sus parámetros de “racionalidad”, a la pugna entre la presentación o representación social, a la confrontación entre lo verosímil o lo virtual.
Mariano Ali
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