En los últimos días, algunos
amigos se han molestado conmigo porque supieron por terceras personas algo que,
según dicen, debí decirles yo misma. Probablemente tengan razón. He tratado de
explicarles mi actitud con palabras como discreción, falta de tiempo, etcétera.
Pero la verdad es que he preferido quedarme callada porque cuando hago el cuento,
me parece que van a pensar que estoy bromeando…
El domingo 9 de octubre,
Juventud Rebelde publicó Extraña desconexión, un reportaje realizado por un
equipo de estudiantes de la Facultad de Comunicación, del cual formo parte, que
trató las problemáticas asociadas al uso de las nuevas tecnologías en las
universidades. Al día siguiente me sorprendió una llamada inesperada.
—Buenas tardes, ¿es Luisa
María?
—Sí.
—Un momento que le van a
hablar.
—…
—Luisa, te habla Fidel.
Esas cuatro palabras me dejaron
petrificada. ¿Del otro lado de la línea estaba Fidel? ¡Fidel! No podía ser
cierto. Mi mente no logró retener con exactitud lo que sucedió en los minutos
siguientes. Sí recuerdo cuando me dijo que su llamada se debía al reportaje
Extraña desconexión: «Me pareció muy bueno, muy crítico, sobre todo porque son
capaces de criticarse a ustedes mismos, los estudiantes».
En los primeros momentos de la
conversación, enfatizó acerca de su interés por el problema planteado en el
trabajo periodístico, es decir, en la situación tecnológica de las
universidades y las necesidades estudiantiles. Comentó acerca de las nuevas
tecnologías de la información y las comunicaciones en la sociedad contemporánea
y recordó los esfuerzos realizados en el país desde hace varias décadas para, a
pesar de las difíciles condiciones, no quedar rezagado con respecto a los
adelantos del mundo.
Sin embargo, me dijo Fidel,
sabemos que lamentablemente el estado de muchos centros de Educación Superior
no es el mejor, «por eso yo quiero que tú me cuentes cuál es la situación,
quiero escucharte, y que me digas cómo ves las cosas desde tu posición de
estudiante. Vamos, tienes la palabra».
¿Qué decir? De las mil ideas
que atacaban mi mente, ¿por dónde empezar? Tres o cuatro segundos de silencio
me delataron, así que del otro lado de la línea, un caballero me dijo: «Arriba,
no te pongas nerviosa, dime lo primero que se te ocurra».
Comencé, ¿por donde más iba a
hacerlo?, por el inicio.
«Mire Comandante, la situación
tecnológica de las universidades no es la mejor. En estos momentos hay muy
pocas computadoras para la demanda de uso que tienen. Los estudiantes tenemos
una gran cantidad de actividades docentes que requieren el uso de ordenadores.
Además, los que hay son bastante obsoletos y suelen descomponerse con
frecuencia».
Enseguida me interrumpió, como
haría en innumerables ocasiones, para preguntar: «¿Cuántos estudiantes hay en
el país? ¿Cuántas computadoras hay? ¿Qué cosas hacen ustedes en las
computadoras con más frecuencia?».
Eran torbellinos de
interrogantes. Me preguntó acerca de los costos de las computadoras, de los
dispositivos adicionales como impresoras y escáneres, de la calidad del
equipamiento actual, entre otras cuestiones relacionadas. Así que dialogamos
sobre gigabytes, memorias ram, discos duros, microprocesadores, en fin.
En algún momento del
intercambio, el Comandante comentó la importancia de las tecnologías para
mantenerse informado acerca del acontecer internacional. Creo que esa es una de
sus obsesiones más recientes.
«La gente no puede vivir sin
saber lo que está pasando en el mundo. ¿Tú crees que es posible vivir tranquilo
sin saber de los desastres que están ocurriendo por todo el planeta: la guerra
en Libia, las grandes huelgas. Y no tenemos ningún espacio en televisión que se
dedique a hablar de estas cosas. Está la sección Hilo Directo, de Granma. Te
voy a leer lo que publicaron hoy».
Leyó todos los titulares de ese
día, lunes 10 de octubre, y enseguida inquirió: «¿Te parece que con eso sea
suficiente? No, ¿verdad? El pueblo necesita saber mucho más».
Hablamos mucho sobre la
situación internacional, la cual le preocupa, hasta que regresamos al tema
inicial. Me preguntó por mis compañeros:
—Mañana, sobre esa hora,
¿estarán todos reunidos?, es que me gustaría hablar con todos.
—Sí, Comandante, mañana
estaremos juntos todo el día.
—Bueno, entonces hablaremos
mañana. Muchas gracias por el tiempo.
—Gracias a usted por haber
llamado.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Al día siguiente, martes 11 de
octubre, a las tres de la tarde, estábamos todos en la sala de mi casa. No
podíamos descifrar qué había querido decir Fidel con «sobre esta hora», si a la
que habíamos comenzado a hablar, las cuatro y treinta de la tarde, o a la de la
despedida, las seis. Creo que no es necesario apuntar que cada vez que el
teléfono sonaba, todos pegábamos un brinco y se hacía un silencio sepulcral.
Los minutos pasaban lentos… y
pasaban. Sobre las seis menos diez, empezábamos a inquietarnos y a dudar si
finalmente llamaría.
A las seis en punto:
Riiiiiiinnnnggggg.
Era él, otra vez. Por mi cara,
mis amigos entendieron que por fin había llegado la llamada. Muy familiar,
Fidel me preguntó qué noticias le tenía. Le dije que todos estábamos ahí,
listos para conversar y que ya estaban al tanto de nuestro intercambio del día
anterior. Además, le comenté sobre nuevas informaciones que habíamos
recopilado.
Él también había averiguado
muchas cosas nuevas, y me las fue explicando una a una: dialogamos sobre los
costos de las computadoras, de por qué es mejor usar para laboratorios
ordenadores de escritorio y no portátiles.
Y entre una cosa y otra, no sé
cómo, llegamos al tema de la agricultura.
—Sabes —contó— en estos días he
estado reuniendo información sobre cultivos de gran valor económico, que pueden
influir en los niveles de alimentación y de salud de nuestro pueblo.
Habló con detalle sobre la
situación agrícola del país y del mundo. Yo lo escuchaba y me parecía estar
oyendo a un experto en problemáticas actuales de esa actividad. Una vez más
quedé pasmada, definitivamente Fidel se las sabe todas. Todavía no he
conseguido asimilar la experiencia de esos días, probablemente jamás logre
hacerlo.
Cuando terminaron nuestras conversaciones,
yo me recordé niña, pionerita. En aquellos días en que la vida parece una
aventura, tuve el privilegio de asistir al tercer Congreso Pioneril que se
celebró en el 2001. En la plenaria, el Comandante estuvo todo el día con
nosotros, escuchando atentamente lo que decíamos unos niños que apenas
comenzábamos a vivir. Pronunció un formidable discurso, de aquellos a los que
nos tenía acostumbrados. Nunca he olvidado los instantes finales: sus ojos
felices de padre orgulloso, su mano firme diciendo adiós, y aquella sonrisa
radiante. Yo quedé con lágrimas en lo ojos y miedo de que aquella fuera la
última vez. Pero no. ¡La vida tiene cada sorpresas…!
Quería saberlo todo. Hasta el
más mínimo detalle
Para cualquier joven cubano,
conversar con el Comandante en Jefe Fidel Castro, además de un honor, significa
una inmensa alegría; sobre todo cuando el motivo de la conversación resulta un
tema de alta sensibilidad para los estudiantes universitarios, como la
importancia de las nuevas tecnologías en nuestra formación y las posibilidades
que, en un país subdesarrollado como Cuba, tenemos de utilizarlas en toda la
magnitud necesaria.
Si a esto le agregamos la
relevancia de que una personalidad de reconocimiento internacional como Fidel
se interese por un aspecto de la sociedad con el cual, por cuestiones
generacionales, no ha estado demasiado vinculado, pues el hecho gana
singularidad. Ese mundo de gigas, bytes, redes, software y hardware que, para
los llamados nativos digitales forma parte de la vida cotidiana, resulta un
aspecto novedoso para quienes como él crecieron y se formaron entre grandes
enciclopedias, libros y máquinas de escribir.
Escucharlo fue como tenerlo
enfrente y, aunque pueda parecer extraño, sentí que habíamos hablado muchas
veces. Todavía ahora parece increíble que me haya llamado por mi nombre, Ana
Lidia, que me causaran risas sus ocurrencias y que conversáramos de temas
cotidianos que enfrenta el pueblo cubano y en particular las nuevas generaciones.
Quería saberlo todo. Hasta el más mínimo detalle.
¿Cómo aprovechamos los recursos
disponibles, cómo hacemos nuestros trabajos de clases y para qué utilizamos
Internet? Una ráfaga de preguntas. Apenas alcanzamos a responder. En ese
momento recordé las muchas veces que en la televisión había visto a Fidel
preguntando y preguntando. Nunca imaginé que algún día estaría en esa posición.
Pero, a pesar de la tensión, logramos transmitirle nuestras preocupaciones más
inmediatas, las reales carencias y las vicisitudes que enfrentamos para
formarnos como profesionales a la altura de un mundo cada vez más digital.
También conversamos acerca de
los intereses laborales de los estudiantes cubanos de Periodismo y hasta se
asombró por la frecuencia con la que nos reunimos para trabajar en equipo, a
pesar de vivir en puntos muy distantes de La Habana. «¡Oye La Lisa, Alamar,
Párraga y el Vedado son zonas bien lejos entre sí!».
De repente cambió de tema: le
preocupa la insuficiente información que en cuanto a política internacional
tiene el pueblo cubano. Por ello indagó acerca del impacto y la utilidad de
programas como Dossier, conducido por el periodista venezolano Walter Martínez,
y otros incluidos en la selección de la programación del canal Telesur que diariamente
se transmite en la televisión nacional.
Luego comentó la necesidad de
abordar en la prensa temas actuales de vital importancia como la agricultura.
Fue entonces cuando se refirió a las investigaciones de nuestros científicos
para buscar alternativas de alimentación en consonancia con la situación
medioambiental y las condiciones económicas de Cuba.
Curioso hasta el final, agudo
como siempre en sus comentarios. Con la visión de futuro que siempre lo ha
caracterizado, una vez más Fidel se interesó por asuntos de carácter nacional e
internacional y por las necesidades más cotidianas de quienes, día a día,
asisten a las aulas universitarias para formarse como profesionales cubanos.
De la Loma de la Cruz hasta F y
3ra
¡Tremendo notición! Cuando el
martes 11 de octubre salí para la Facultad, jamás imaginé que viviríamos
semejante historia. Ni en sueños lo esperábamos.
Estábamos ansiosos por terminar
las clases. Teníamos que llegar lo antes posible a la casa de Luisa, la parada
de 23 y F estaba repleta y no había ni un atisbo de que la situación cambiara
pronto, así que a dividirnos… Ibis y Anita en botella, Luisi esperaría algo,
mientras que Héctor y yo decidimos llegar por nuestros propios pies (de 23 y F
hasta ¡15 y 24!).
A las seis llamó. Ya era imposible
no creerlo, del otro lado del auricular ¡estaba Fidel, nuestro Comandante!,
compartiendo ideas con nosotros, un equipo de periodistas novatos, aún
estudiantes.
Llegó mi turno y durante los
primeros minutos de la conversación, creía que no podía sostener el diálogo,
pero la cálida voz resultó demasiado familiar y me sentí tan cómoda que hubiera
estirado el tiempo más que un elástico. Él, por su parte, también se encontraba
a gusto: «Siento mucha alegría por poder conversar con estudiantes de quinto año
que casi culminan su carrera y comienzan su vida profesional como periodistas».
Quizá por ello la ocasión fue
propicia para que, durante la charla telefónica, abordáramos temáticas muy
variadas de carácter nacional e internacional, aunque también hubo un aparte
para asuntos personales:
—¿Y tú, Nadia, de dónde eres?
—De Holguín, Comandante.
—Pero, de qué parte?
—Del centro de la ciudad, cerca
del parque San José.
—Ahí hace poco hubo un evento
importante de danza.
Percibo que le concede vital
importancia al hecho de estar bien informados. En ese sentido, él no se
circunscribe solamente a los noticiarios y los grandes medios de comunicación
masiva, sino que aprovecha toda posible fuente de información a su alcance. Pregunta,
comenta, sugiere, emite juicios de valor y es capaz de centrar el interés en
lugares distantes, sin perder por ello el más mínimo detalle. En ese afán, como
coterráneos ausentes, nos remitimos a un símbolo de nuestra ciudad: la Loma de
la Cruz.
Una vez situados en el
escenario, las interrogantes no cesan: «¿En cuántas ocasiones has subido?
¿Cuándo fue la última vez? ¿Cuánto tiempo te demoras en llegar a la cima?»
Incluso no deja de lado aspectos muy puntuales y aguza los sentidos en un
intento de aproximarse a la respuesta. «Es una loma alta, ¿cuántos escalones
tiene? Deben ser alrededor de 500...».
Luego se interesa por el lugar
donde vivo actualmente, la residencia estudiantil Lázaro Cuevas, ubicada en F y
3ra. en el Vedado. Entonces intenta ubicarse, alude a lugares de referencia y
calcula distancias. Según las direcciones, se coloca en el lugar de los
estudiantes y diseña un posible recorrido hasta la Facultad. Me sugiere que esa
caminata sería como hacer ejercicios. Sin embargo, su tono demuestra reproche
cuando le explico que la mayoría de los becados toma el P2 para llegar a la
Universidad, a solo unas cuadras de distancia.
Por lo cual, en otro momento de
la conversación me hace una propuesta que nos remonta al inicio: «Si caminas de
la beca a la Universidad y luego subes la Colina es casi como si hubieras
ascendido la Loma de la Cruz».
—Comandante, yo creo que no
tengo que ir tan lejos porque todos los días subo las escaleras de la beca.
—¿Y en qué piso tú vives?
—En el 13
—Pues alégrate porque los que
están en el piso dos no hacen ejercicios.
Reímos. Desde entonces cada vez
que subo las escaleras de la beca recuerdo sus palabras, y en mi rostro aparece
una sonrisa como la de aquella ocasión.
Creo que Fidel siempre está
pensando en futuro
Un tono grave, familiar y
pausado, eso fue lo primero que escuché cuando apenas podía comprender sus
palabras. Una voz cautivadora y cordial. ¿Cómo hablar? ¿Qué hacer? ¿Qué decir?
Estaba atónita y emocionada, clavada en el asiento, con la respiración entrecortada.
«¿Cómo está Comandante?» fue la única frase coherente que logré articular.
Pero a los pocos minutos la
tensión cedió y me parecía que continuaba una vieja conversación que había
quedado inconclusa tiempo atrás. Me preguntó: «Bueno Ibis, ¿y dónde tú vives?».
¡Me resultaba increíble que Fidel supiera dónde queda Párraga, que bromeara
sobre su lejanía y se interesara por las rutas de guaguas que se dirigen hacia
allá! Y admiré aún más su capacidad de abordar desde los grandes temas hasta
los sucesos cotidianos, aquellos de la rutina de todos los días.
Luego oí un lejano ruido de
papeles y lo imaginé sentado frente a una gran mesa atestada de hojas y libros.
Entonces su voz cambió y sonó más grave. Me dijo que estaba leyendo unas
informaciones sobre México y que le preocupaban los altos índices de violencia
que existen en ese país, porque las cifras iban en ascenso cada año y la
situación escapaba del control de las autoridades. Además, se refirió a las
constantes migraciones de los empresarios del campo hacia las ciudades,
fundamentalmente, hacia el Distrito Federal; y las graves consecuencias que
podría acarrear para la economía de la nación.
Hablamos también de cómo esos
escenarios de violencia se repiten con muchísima frecuencia en varios países de
América Latina. Y un tono de alarma se hacía evidente en su voz al señalar que
miles y miles de personas mueren a causa de actividades delictivas como el
narcotráfico. Pero su inquietud no se limitaba solo al problema, sino que iba
más allá: a la búsqueda de soluciones. Creo que Fidel siempre está pensando en
futuro y de forma global; y luchando porque ese pensamiento se torne en formas
de acción que favorezcan a las mayorías.
Hablar con Fidel fue como
dialogar con una parte de nuestra historia (y cuando digo nuestra, hago parte a
toda América Latina). Creo que ahora entiendo verdaderamente el sentido de esa
frase que tanto gustó a Tomás Borges: ya sé que toda la gloria del mundo cabe
en un grano de maíz.
Nos vemos pronto
Por mi mente comenzaron a
pasar, como en filme, imágenes de toda mi vida: los lugares donde he estado,
las cosas que he hecho; todo mientras extendía mi mano para tomar el auricular
del teléfono. ¡Por fin era mi turno!
Todos nos mirábamos. Las
imágenes que no cesaban. Me vi cuando fui montador pailero naval, ponchero,
fumigador, custodio y, de repente, ¡todo se congeló al escuchar su voz! Tan
familiar. La misma voz que generaciones de cubanos han escuchado por décadas…
—Hola Héctor, ¿cómo te sientes?
—Comandante, estoy emocionado,
es que nunca pensé hablar con usted.
A lo que respondió con esa
sabia picardía:
—¡Ah, mira!, yo tampoco pensé
nunca hablar contigo...
No pude hacer otra cosa que
echarme a reír como lo hace uno con un amigo cuando le cuenta una broma. Y ahí
estaba Fidel, el Comandante, el hombre de las mil batallas, del otro lado del
teléfono preocupándose y preguntando por cosas de mi vida en las que ni
siquiera yo reparo: se interesó por si veía televisión y durante qué tiempo.
Aunque centró su interés en el tema de los Cinco Héroes, del cual hablamos
ampliamente. Quizá muchos no entiendan y
hasta critiquen mi asombro, ese terco asombro que borró las ideas, preguntas, e
inquietudes de mi mente y que me hubiera gustado compartir con él. Pero,
¡vamos! No todos los días uno recibe llamadas del líder histórico de su nación.
Con toda la prudencia del mundo
e indicando el fin de nuestra charla me dijo:
—Bueno les he robado mucho
tiempo hoy… Pero no pienses que se van a escapar de mí.
—No se preocupe Comandante, nos
vemos pronto.
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2 comentarios:
Maravilloso
Extraordinario...Y quedo sin Palabras!
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