Cuesta en estos tiempos captar
la atención de quienes vivimos en este atribulado planeta. Estamos abarrotados
de un indeterminado número de dispositivos tecnológicos creados con el fin de
supuestamente estar más comunicados; sin embargo ¿Qué tan cierta es esta
afirmación? Con minúsculos ejemplos cotidianos podemos determinar que el tan
anhelado sueño de una comunicación plena a través del boom de las nuevas
tecnologías está lejos de ser alcanzado. Más que comunicación, es una interacción
caótica, fragmentada entre seres vivos, más que intercambio de experiencias o
subjetividades, estamos imbuidos en la reconstrucción de nuevas identidades y
representaciones sociales: el espacio público o íntimo del diálogo, la palabra
“pura”, sencilla, sin algoritmos
informáticos, está en plena recomposición. Hoy, hablamos usando partituras
mediadas por el glosario y la iconografía de la informática. Por ejemplo, si
tienes un Black Berry, para expresar amor envías un corazón o carita feliz,
para odio una figura con forma de diablo, para llamar la atención haces ¡Ping!,
si quieres transmitir insinuaciones libidinosas mandas el combinado de figuras:
un vaso de cerveza o copa de vino, un corazón y una media luna; ¡Hasta cursi
suena la cosa! En fin, se trata de una remembranza del hombre de las cavernas
en las cuevas de Altamira, quien dibujaba en las paredes como gesto catárquico
lo visto en su medio ambiente. Pocas veces concertamos la primera vinculación
con otras personas sin antes solicitar una serie de códigos alfanuméricos,
números pares, impares o abreviaturas las cuales te establecen un sitio en los
millones de no-lugares que “existen” en internet. Este happenings
social estructurado por las “inocentes” siglas WWW y los dispositivos móviles
apenas se expande y nos muestra escenarios soterrados de seres cosificados por
la trama de la tecnología. Casi en extinción están aquellas personas que no
tienen más sino sus desvencijados documentos primarios de identidad y la palabra
para comunicarse; hoy, las nuevas tecnologías nos adosaron más aspectos
identificativos de nuestra singularidad ante el corpus social. A los
acostumbrados requisitos: nombre, apellido, cédula, dirección de habitación; se
les ha agregado: número de celular, direcciones de correos electrónicos,
Twitter, Facebook, Skype, código ping y otros aspectos más que seguro poco a
poco irán apareciendo y que nos demostrarán que ya no somos individuos ajenos a
lo que irónicamente llamamos a principios del siglo XXI como “realidad virtual”
o era digital.
Mariano Ali
@aliperiodista
1 comentario:
Buen análisis, me sumo. Pasamos de ser sujetos entre sujetos a ser objetos de la tecnología... Y sin contar publicidades supremamente estudias para manipular y consumir, y como esas (publicidades), muchas otras cosas que usan esos espacios mencionados, donde de aquellos antiguos datos que solicitan en una resumida hoja de vida o documento alguno, ya ni se nombran... Las lineas no alcanzan para expresar y hacer de la palabra un acto vivo, pero si alcanzan para consumirte en lo que se a mal llamado comunicación; comunicación que realmente no llega ni a un común entre nosotros
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