Una de las
características más nocivas que tienen los medios de difusión es la de hacernos
creer que sólo el presente “importa”. Como una transgresión física los
periodistas sucumben al perenne presente, a la precariedad del ahora. La vida en
los medios transcurre y evoluciona de la siguiente manera: nace en las salas de
redacción donde se define la línea editorial y pautas del día de acuerdo a los
dueños de los medios y sus intereses económicos o pactos políticos, crece en
las sugestiones culturales que tienen los periodistas al enfrentar la realidad
social y fenece como supuesta verdad en los sentidos de quienes se alimentan
exclusivamente por este tipo de racionalidad mediatizada. Para la mayoría de
los que andan en este oficio –un tanto nauseabundo debo admitirlo- el pasado no
tiene sentido, recordar es un acto marginal, revisar la historia es algo
insignificante. Como excusa recurren a supuestos alegatos y afirman que “la
noticia es el hoy y el pasado ya no importa”, sometiendo de esta manera a los
receptores del proceso “informativo” a una indigestión de hechos que en su
mayoría carecen de un contexto adecuado y se presentan de forma caótica y
fragmentada. Una de las consecuencias de este tipo de escenarios es la
percepción de que el “pasado ha sido superado y como tal pierde interés para la
opinión pública”; situación esta que ha vulnerado nuestra identidad y nos ha
obligado a estar como meros diletantes de una cotidianidad vacía, sin cimientos
que la preceden y sobre todo como aislada de lo acaecido.
Está claro que
los periodistas y quienes recorremos estos derroteros debemos estar
acuciosamente atentos de lo que ocurre en la actualidad; sin embargo, es
imperioso no aislarla por recurrentes excusas atribuidas a la falta de espacio
o tiempo en los medios de difusión. Es inconcebible por ejemplo lo que ocurrió
con el Bicentenario y sus actos sinuosamente obviados o marginados a cortos
espacios en los medios; contrario a ello ve usted amiga lectora y amigo lector
como si se empacha a la población de mensajes sin el menor contenido reflexivo
y mucho menos ético. Bajo la consigna capitalista de que “hay que difundir lo
que se vende”, los medios evidencian lo que verdaderamente son: empresas con
fines de lucro (así lo señalan los documentos fundacionales de estas organizaciones
del mercadeo informativo). Ahora bien, en este tipo de críticas hay varios
involucrados, existe una corresponsabilidad donde estoy seguro que usted y yo tenemos
alguna culpa de manera por lo menos indirecta. Si los medios exhiben vacuidad y
alardean de mentiras y medias verdades es porque existe una población cómplice
que robóticamente todos los días ven, leen, escuchan y compran lo que los
ilustren y sesudos confabuladores de la “verdad mediática” exponen a la
población. Antes existía principalmente sólo la radio, la televisión y los periódicos
para que usted se enterara de aquellos hechos que no estaban al alcance
inmediato de sus sentidos; en estos tiempos, ese modelo se ha ido
transformando dando paso a otros medios donde incluso usted puede incidir,
comunicar e incluso generar tendencias en el campo informativo. Los medios de
difusión privados seguirán funcionando bajo las premisas del libre mercado de
la oferta y la demanda, sin importarles que eso los induzca –obligados unos y
otros con gozo- a crear discursos donde “impere el pan y circo”. No podemos ser
tan ilusos y pretender emplazar este tema sólo al perenne debate de la libertad
de expresión, obviando otros aspectos que están vinculados a la ética, al
equilibrio emocional y al derecho que tenemos como ciudadanos de estar bien
informados. Los medios siempre están atentos para atacar a quienes según su
visión son “populistas”, “demagogos”, “manipuladores”; no obstante es necesario
subrayar que en muchos casos estas empresas tienen como política y estrategia
precisamente estas características para lograr su principal objetivo: vender
publicidad. Para finalizar les ofrezco algunos datos citados por Ludovico Silva
en una de sus obras, tomados de Marta Colomina, quien en un momento de extraña
lucidez en el año 68, reveló algunas cifras que alertaban sobre a dónde se
enfocaba la tendencia de los gustos de los medios de difusión y en consecuencia
de la población urbana en la mediocracia de entonces: “el 71,41% de los perceptores
de televisión asignan una alta credibilidad al mensaje de las telenovelas; el
60,22% convierte a éstas en “consejos de vida”, o sea, una especie de
antropología filosófica trasnochada; el 5,6% pide programas instructivos; el
2,7% exige más espacios noticiosos; el 1,3% se queja del exceso de propaganda,
y finalmente, como remate el 90,4% se declara satisfecho con la televisión”.
Mariano Ali
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marianoali73@gmail.com
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