26 abr. 2012

Justo en el medio. Por Mariano Ali



Una de las características más nocivas que tienen los medios de difusión es la de hacernos creer que sólo el presente “importa”. Como una transgresión física los periodistas sucumben al perenne presente, a la precariedad del ahora. La vida en los medios transcurre y evoluciona de la siguiente manera: nace en las salas de redacción donde se define la línea editorial y pautas del día de acuerdo a los dueños de los medios y sus intereses económicos o pactos políticos, crece en las sugestiones culturales que tienen los periodistas al enfrentar la realidad social y fenece como supuesta verdad en los sentidos de quienes se alimentan exclusivamente por este tipo de racionalidad mediatizada. Para la mayoría de los que andan en este oficio –un tanto nauseabundo debo admitirlo- el pasado no tiene sentido, recordar es un acto marginal, revisar la historia es algo insignificante. Como excusa recurren a supuestos alegatos y afirman que “la noticia es el hoy y el pasado ya no importa”, sometiendo de esta manera a los receptores del proceso “informativo” a una indigestión de hechos que en su mayoría carecen de un contexto adecuado y se presentan de forma caótica y fragmentada. Una de las consecuencias de este tipo de escenarios es la percepción de que el “pasado ha sido superado y como tal pierde interés para la opinión pública”; situación esta que ha vulnerado nuestra identidad y nos ha obligado a estar como meros diletantes de una cotidianidad vacía, sin cimientos que la preceden y sobre todo como aislada de lo acaecido.

Está claro que los periodistas y quienes recorremos estos derroteros debemos estar acuciosamente atentos de lo que ocurre en la actualidad; sin embargo, es imperioso no aislarla por recurrentes excusas atribuidas a la falta de espacio o tiempo en los medios de difusión. Es inconcebible por ejemplo lo que ocurrió con el Bicentenario y sus actos sinuosamente obviados o marginados a cortos espacios en los medios; contrario a ello ve usted amiga lectora y amigo lector como si se empacha a la población de mensajes sin el menor contenido reflexivo y mucho menos ético. Bajo la consigna capitalista de que “hay que difundir lo que se vende”, los medios evidencian lo que verdaderamente son: empresas con fines de lucro (así lo señalan los documentos fundacionales de estas organizaciones del mercadeo informativo). Ahora bien, en este tipo de críticas hay varios involucrados, existe una corresponsabilidad donde estoy seguro que usted y yo tenemos alguna culpa de manera por lo menos indirecta. Si los medios exhiben vacuidad y alardean de mentiras y medias verdades es porque existe una población cómplice que robóticamente todos los días ven, leen, escuchan y compran lo que los ilustren y sesudos confabuladores de la “verdad mediática” exponen a la población. Antes existía principalmente sólo la radio, la televisión y los periódicos para que usted se enterara de aquellos hechos que no estaban al alcance inmediato de sus sentidos; en estos tiempos, ese modelo se ha ido transformando dando paso a otros medios donde incluso usted puede incidir, comunicar e incluso generar tendencias en el campo informativo. Los medios de difusión privados seguirán funcionando bajo las premisas del libre mercado de la oferta y la demanda, sin importarles que eso los induzca –obligados unos y otros con gozo- a crear discursos donde “impere el pan y circo”. No podemos ser tan ilusos y pretender emplazar este tema sólo al perenne debate de la libertad de expresión, obviando otros aspectos que están vinculados a la ética, al equilibrio emocional y al derecho que tenemos como ciudadanos de estar bien informados. Los medios siempre están atentos para atacar a quienes según su visión son “populistas”, “demagogos”, “manipuladores”; no obstante es necesario subrayar que en muchos casos estas empresas tienen como política y estrategia precisamente estas características para lograr su principal objetivo: vender publicidad. Para finalizar les ofrezco algunos datos citados por Ludovico Silva en una de sus obras, tomados de Marta Colomina, quien en un momento de extraña lucidez en el año 68, reveló algunas cifras que alertaban sobre a dónde se enfocaba la tendencia de los gustos de los medios de difusión y en consecuencia de la población urbana en la mediocracia de entonces: “el 71,41% de los perceptores de televisión asignan una alta credibilidad al mensaje de las telenovelas; el 60,22% convierte a éstas en “consejos de vida”, o sea, una especie de antropología filosófica trasnochada; el 5,6% pide programas instructivos; el 2,7% exige más espacios noticiosos; el 1,3% se queja del exceso de propaganda, y finalmente, como remate el 90,4% se declara satisfecho con la televisión”.

Mariano Ali
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marianoali73@gmail.com

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