El Estado es prisionero
de las grandes empresas, y la nación lo es del Estado. Economía atrofiada y
Estado hipertrofiado, tales son los factores que determinan la situación del
país.
Joaquín Maurín
“Revolución y
contrarrevolución en España”, 1966.
El gobierno catalán envió a
desalojar a la fuerza a los acampados, que participaban en una protesta
pacífica, de la Plaza de Cataluña con el resultado de centeneras de heridos. Esos
mismos ciudadanos que sufrieron la violencia de los cuerpos represivos del
estado pasaron a ser calificados como “radicales” por empujar, escupir, pintar
las ropas, lanzar agua o poner la zancadilla a los mismos diputados que
ordenaron o apoyaron el levantamiento violento de la acampada de los
“indignados”. Ni un solo diputado tuvo que dar un parte médico por dichas
agresiones. Felip Puig, Consejero del Interior de Cataluña, dijo a los medios
en rueda de prensa que a los violentos hay que aislarlos…pero cada vez son más
y están más organizados… ¡A por ellos vamos! También dejó claro que el
movimiento 15-M es necesario para regenerar la democracia. Sin duda, la clase
política es consciente de esta necesidad y no están dispuestos a dejar de
ejercitar el monopolio de la violencia contra aquellos que no se conformen con
la “regeneración” del sistema. Esa misma clase política es consciente de que
por la vía pacífica no hubieran podido derrocar a los gobiernos que hoy son
títeres de sus intereses y tampoco podrán derribar a Gadafi o a los futuros
países por conquistar sino es mediante el uso de la fuerza. Saben que primero
es necesario infiltrase en la oposición y financiarla o crearla directamente,
aprovechar las nuevas tecnologías y los medios de comunicación para acelerar el
desencanto de la población, crear el caos y sedar a la opinión internacional
para dar el golpe definitivo, socavando la soberanía de cualquier país que no
se ciña a sus intereses en nombre de los derechos humanos o de cualquier otra
patraña. Pero la acción violenta se lleva a cabo, preferiblemente, en los
países que gozan de una posición estratégica y que son ricos en petróleo, gas o
cualquier otro recurso imprescindible para mantener el alto nivel de vida de un
cada vez más reducido porcentaje de ciudadanos que habitan en los llamados
países “democráticos”. Su auténtico temor es perder la supuesta legitimidad que
poseen sobre el uso de la violencia. Por eso les preocupa el vertiginoso
aumento de personas inconformistas que ya no aceptan jugar a la democracia bajo
una legislación impuesta a base de decretazos o recortes sociales que sólo
afectan a la clase trabajadora. Un estado que fomenta constantemente la
violencia, dentro y fuera de sus fronteras, no tiene derecho a exigir a sus
ciudadanos que sean pacíficos. No tiene derecho a solicitar el apoyo de la
ciudadanía para sus guerras “preventivas” o a esconder las cifras abismales que
obtienen mediante la venta de armamento a países tan “pacíficos” como Israel.
Nos permiten que protestemos, pero eso si, dentro de los márgenes de la
legalidad. Pero el problema surge cuando los márgenes de la legalidad son
pisoteados constantemente por el propio Estado.
El 4 de agosto en Madrid se
concentraron pacíficamente, cerca de 5000 manifestantes, frente a las puertas
del Ministerio del Interior, que fueron sorprendidos por la violenta carga
policial que causó 20 heridos y tres detenidos. Una vez más se volvió a vivir
un lamentable incidente en el que el uso de la fuerza por parte del Estado se
hizo presente de la forma más contundente sin que los agredidos respondieran al
abuso policial. Con la llegada del Papa se acabó el tiempo de las cerezas, como
diría mi amigo Bolo. La ciudad tiene que ofrecer su mejor cara y no conviene
que ésta sea la de los “indignados” sino las caras de los jóvenes que se
congregarán en Madrid en las Jornadas Mundiales de la Juventud para dar su
bienvenida a Benedicto XVI. Las multinacionales (Endesa, Iberdrola y
Telefónica), la banca (BBVA y Banco Santander), los medios de comunicación
(Prisa, Vocento e Intereconomía) y los fieles contribuirán en la financiación
de dichas jornadas con la inestimable ayuda del gobierno central, del
Ayuntamiento y Comunidad de Madrid que no escatimarán en adecentar la imagen de
la ciudad, en dar morada y cristiana acogida a los devotos que inundarán
nuestras plazas, calles y avenidas desde el 16 al 21 de agosto. El Estado ha
golpeado la mesa de todos con el puño cerrado. Ya no podemos ofrecer tregua que
calme o mitigue las protestas del pueblo. La indignación tendrá que definirse
en forma y contenido. Debemos hoy dar respuesta a la disyuntiva: capitalismo o
revolución. Ha llegado la hora de apartar tanta candidez e ingenuidad del
discurso porque los poderosos jamás abrirán sus manos sino un hay un pueblo
unido que se las retuerza. La violencia engendra violencia, es verdad, pero ya
esta bien de que siempre seamos los mismos los que tengamos que poner la otra
mejilla sin derecho a defendernos. Hoy, más que nunca, es necesario recordar a
los que se alzaron contra el poder a base de pólvora y dinamita y llevaron la
acción revolucionaria hasta sus últimas consecuencias. En estos tiempos quizás
existan otras herramientas de lucha tan efectivas como las armas pero sería
injusto olvidar las enseñanzas de los condotieros y guerrilleros que entregaron
hasta su último aliento por la victoria del proletariado y por la libertad de
los pueblos. Renegar de su ejemplo sería traicionar a la ética revolucionaria y
dar un gran paso atrás sobre la historia de las luchas sociales. Hay que sumar
todas y cada una de las formas de defensa que tengamos a nuestro alcance.
Quizás aún sea pronto para concienciar a una sociedad tan lobotomizada como la
nuestra, con una clase media que aún respira y con parte de la clase pobre aún
soñando con ser tan rica como sus opresores. Pero será necesario estar
prevenidos porque la turbina capitalista terminará por triturar definitivamente
todos nuestros derechos. Entonces el pueblo consciente, de sus actos y sus
objetivos, tendrá que responder enérgicamente ante la avaricia de los mismos
que en otros tiempos, no muy lejanos, pagaron con sus vidas.
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