Rachel Corrie tenía 23 años.
Estaba en Gaza para solidarizarse con el pueblo palestino. Quiso impedir la
demolición de una casa por parte del ejército de ocupación, pero la topadora la
arrasó junto con ella.
Rachel Corrie tenía 23 años.
Estaba en Gaza para solidarizarse con el pueblo palestino, víctima del fascismo
israelí. Quiso impedir la demolición de una casa por parte del ejército de
ocupación, pero la topadora la arrasó junto con ella. Amnistía Internacional
condenó la muerte y recordó que "el ejército israelí ha demolido más de
3.000 hogares palestinos en los territorios ocupados, así como extensas áreas
de tierra agrícola, propiedades públicas y privadas e infraestructura de
acueductos y electricidad en zonas urbanas y rurales. Las motoniveladoras
usadas para las demoliciones han matado a civiles palestinos, pero hasta la
fecha ninguna investigación cuidadosa ha ocurrido".
En la última carta a su madre,
días antes de ser asesinada, Rachel le decía: “Esto tiene que terminar. Tenemos
que abandonar todo lo otro y dedicar nuestras vidas a conseguir que esto se
termine. No creo que haya nada más urgente. Yo quiero poder bailar, tener
amigos y enamorados, y dibujar historietas para mis compañeros. Pero, antes,
quiero que esto se termine. Lo que siento se llama incredulidad y horror.
Decepción. Me deprime pensar que esta es la realidad básica de nuestro mundo y
que, de hecho, todos participamos en lo que ocurre. No fue esto lo que yo
quería cuando me trajeron a esta vida. No es esto lo que esperaba la gente de
aquí cuando vinieron al mundo. Este no es el mundo en que tú y mi papi querían
que yo viviera cuando decidieron tenerme”.
Luego de ver la obra de teatro
que se hizo sobre la base de este y otros textos de Rachel, Mario Vargas Llosa
escribió en “El País”: «Para cualquier persona no cegada por el fanatismo, el
testimonio de Rachel Corrie sobre una de las más grandes injusticias de la
historia moderna —la condición de los hombres y mujeres en los campos de refugiados
palestinos, donde la vida es una pura agonía— es, al mismo tiempo que
sobrecogedor, un testimonio de humanidad y de compasión que llega al alma (o
como se llame ese residuo de decencia que todos albergamos). Para quienes hemos
visto de cerca ese horror, la voz de Rachel Corrie es un cuchillo que nos abre
una llaga y la remueve».
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